LITERATURA |21/07/2023 | Matías Yeatts
Aquello que sin nombre se pudre
“Me
intereso en el lenguaje porque me hiere o me seduce”
Barthes, El placer del texto
Estelares,
fugaces, repentinos descubrimientos, ansiosos por atomizar el infinito caudal
de sentidos en unos cuantos vocablos, centellantes en el blanco privilegiado de
la hoja: ahí posan los títulos (y digo posan ya que no
raras veces están para dar una imagen; una digerible imagen antes del caos). Pero
también, cada vez con más frecuencia los títulos son tanto menos un goce de
significados que un goce provocativo: de Prosas Profanas (1901) a La
poesía moderna viaja en aviones (2001). Pero es cierto que naturam non
facit saltus; hubo un proceso que no da cuenta el hiato de cien años que se
produce al hermanar un poemario de Rubén Darío con otro de Vicente Luy. Sin embargo,
es interesante, ya que no hay nada que explicar: solo queda decir que “los
tiempos han cambiado” o que la poesía moderna (y solamente ella) viaja
en aviones. El título de Luy atomiza los significados candentes de su tiempo
(un poco más de una década había transcurrido desde No voy en tren, Voy en
avión): la enunciación del título ya nos sitúa a comienzos del siglo y la
poesía, si antes viajaba en tranvía -pensemos en el poemario de Girondo 20
poemas para ser leídos en el tranvía-, sin duda ahora viaja en ese lugar
impersonal donde precisamente la sitúa el poeta. No sólo eso, sino que la
poesía circula. Viaja la poesía no el poeta: viaja, como también se
trasladan cepillos, desodorantes, y otros accesorios; y allí, asomándose por
sobre un pliegue, viaja la poesía (moderna, no olvidarlo). La poesía
clásica, o estrictamente llamada moderna no viaja en aviones, se aburre
en estanterías de usados. De hecho, al hermanar ambos títulos obtenemos el
chiste con su remate: Darío diciendo, escribo prosas profanas; “no les
presten mucha atención, apenas si tienen interés”; Luy constata: “Cierto, ya lo
dijo él un siglo atrás. La poesía moderna viaja en aviones”. Otra
versión más provocativa: la poesía moderna viaja en aviones, las prosas
profanas no viajan. Sin embargo, prestando la debida atención al desajuste que
produce el siglo que media entre ambas publicaciones entendemos que, si el
comienzo del siglo XX propone un desplazamiento a partir de vías terrenales, la
poesía de principios del siglo XXI a partir de su despegue plantea un viaje confortable
en las alturas. Al siglo XXI ya no le interesan los desplazamientos sino elconfort, que no hay que confundir con el placer de la lectura.
El título es la superficie que puede resquebrajar todo el texto o darle una solidez fundacional. Puede servir como base edificadora u obligar al texto a construir en el abismo (en la falta de suelo). Un título que sirva de base edificadora garantiza ser un texto de placer; ya que, desde su primer impacto, nos garantiza un viaje seguro hacia el canon ¿Qué es el canon? El canon es la regla, la medida: es el vigilante de las puertas de la cultura. El canon eterniza. Se habla de él como un demiurgo, externo al hombre.
El texto de placer construye tomando al canon como justa medida; no se desprende de él. El texto de goce pone en peligro al canon: lo enjuicia. “Aquel que mantiene los dos textos en su campo y en su mano las riendas del placer y del goce es un sujeto anacrónico, pues participa al mismo tiempo y contradictoriamente en el hedonismo profundo de toda cultura y en la destrucción de esa cultura: goza simultáneamente de la consistencia de su yo (es su placer) y de la búsqueda de su pérdida (es su goce).” dice Barthes.
Autores del goce y del placer son aquellos que se escinden sin desgarrarse; la operación consiste en un movimiento doble, a su vez filial y traidor; estos autores se apegan al canon para luego transgredirlo; hacen homenaje a un pasado, a las estructuras decimonónicas, para luego violarlas y fundar un futuro programático: Sor Juana con el barroco de las Indias; Darío con el modernismo; Rulfo neorrealista o precursor del realismo mágico; Vallejo creador de un castellano peruanísimo.
Se había establecido una diferenciación entre el goce y el placer: resulta que no necesariamente están escindidos. Un título que conjuga una serie de vocablos generando un placer en el terreno de los significantes también, por lo general, contiene un goce provocativo (el cual parte de una “estado de pérdida” en el cual las palabras suspenden su utilidad). “El texto de placer contenta: proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a una práctica confortable de lectura. Texto de goce es el que pone en estado de pérdida, desacomoda, hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la congruencia de sus gustos, de sus valores, de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje” (Barthes: 2023: 22).
Luego de que Vallejo publicara Trilce (1923) sigue un largo silencio que se perpetúa hasta su muerte temprana y la aparición de sus poemarios póstumos Poemas humanos (1939) y España, aparta de mí ese cáliz (1939). Hay en la obra de Vallejo un juego pendulante entre un uso placentero del lenguaje y otro provocativo, relacionado al goce: el título, “Trilce”, combina los vocablos “triste” y “dulce” enigmáticamente; en ese título, coronación de un libro ejemplar, se combinan la simpleza de dos emociones. Los lectores siempre prematuros de Trilce, libro que según el poeta “ha nacido en el mayor vació”, no pueden quedarse sino azorados ante el hilvanarse de la lengua. Versos de puro goce se precipitan a lo largo de los setenta y siete poemas. Como si fuese un libro hecho de oralidad, de palabras danzantes de música y ritmo; palabras que siempre escapan al estampado de significantes y fugándose exploran hacia la plusvalía de significantes:
Superficies de placer
Donde impacte la palabra será donde impacten los significados. El texto (su superficie) no recibe todos los golpes de la misma manera: un texto, como dice Barthes, es (al igual que la madera) isótropo. El texto está rasgado, tiene fisuras; lugares más o menos resistentes: se debe contemplar el “dibujo irregular de sus venas”. En el dibujo que es el texto, naturalmente, el título guarda un privilegiado lugar, se puede decir que es una superficie quemante del texto donde este está fisurado; un golpe certero puede incinerarlo, ponerlo en crisis. Y cuando el título hace peligrar al texto, allí donde está por precipitarse el caos, aparece el goce.El título es la superficie que puede resquebrajar todo el texto o darle una solidez fundacional. Puede servir como base edificadora u obligar al texto a construir en el abismo (en la falta de suelo). Un título que sirva de base edificadora garantiza ser un texto de placer; ya que, desde su primer impacto, nos garantiza un viaje seguro hacia el canon ¿Qué es el canon? El canon es la regla, la medida: es el vigilante de las puertas de la cultura. El canon eterniza. Se habla de él como un demiurgo, externo al hombre.
El texto de placer construye tomando al canon como justa medida; no se desprende de él. El texto de goce pone en peligro al canon: lo enjuicia. “Aquel que mantiene los dos textos en su campo y en su mano las riendas del placer y del goce es un sujeto anacrónico, pues participa al mismo tiempo y contradictoriamente en el hedonismo profundo de toda cultura y en la destrucción de esa cultura: goza simultáneamente de la consistencia de su yo (es su placer) y de la búsqueda de su pérdida (es su goce).” dice Barthes.
Autores del goce y del placer son aquellos que se escinden sin desgarrarse; la operación consiste en un movimiento doble, a su vez filial y traidor; estos autores se apegan al canon para luego transgredirlo; hacen homenaje a un pasado, a las estructuras decimonónicas, para luego violarlas y fundar un futuro programático: Sor Juana con el barroco de las Indias; Darío con el modernismo; Rulfo neorrealista o precursor del realismo mágico; Vallejo creador de un castellano peruanísimo.
Por el analfabeto a quien escribo
Para quién se escribe; por quién se escribe; para qué se escribe; de qué modo se escribe; qué actitud se adopta al escribir: preguntas frecuentemente abordadas en manifiestos o presentaciones de revistas culturales, que no dejan de esfervecer en las aulas del secundario (“¿Para qué sirve la poesía?”. Sirve para desmentir la utilidad del lenguaje, sería una respuesta posible pero imposible para reproducir en un aula) como en las entrevistas a poetas evasivos que nunca darán una respuesta satisfactoria a quien escucha esperando encontrarla clave.Se había establecido una diferenciación entre el goce y el placer: resulta que no necesariamente están escindidos. Un título que conjuga una serie de vocablos generando un placer en el terreno de los significantes también, por lo general, contiene un goce provocativo (el cual parte de una “estado de pérdida” en el cual las palabras suspenden su utilidad). “El texto de placer contenta: proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a una práctica confortable de lectura. Texto de goce es el que pone en estado de pérdida, desacomoda, hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la congruencia de sus gustos, de sus valores, de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje” (Barthes: 2023: 22).
Luego de que Vallejo publicara Trilce (1923) sigue un largo silencio que se perpetúa hasta su muerte temprana y la aparición de sus poemarios póstumos Poemas humanos (1939) y España, aparta de mí ese cáliz (1939). Hay en la obra de Vallejo un juego pendulante entre un uso placentero del lenguaje y otro provocativo, relacionado al goce: el título, “Trilce”, combina los vocablos “triste” y “dulce” enigmáticamente; en ese título, coronación de un libro ejemplar, se combinan la simpleza de dos emociones. Los lectores siempre prematuros de Trilce, libro que según el poeta “ha nacido en el mayor vació”, no pueden quedarse sino azorados ante el hilvanarse de la lengua. Versos de puro goce se precipitan a lo largo de los setenta y siete poemas. Como si fuese un libro hecho de oralidad, de palabras danzantes de música y ritmo; palabras que siempre escapan al estampado de significantes y fugándose exploran hacia la plusvalía de significantes:
En estos poemas que están fragmentados a gusto, se intenta extraer algunas imágenes en donde la lectura se vuelve goce absoluto, por combinación de vocablos y por una lengua en estado de pérdida que muchas veces está acompañada por la repetición itinerante. Bien conocido es el efecto que genera la repetición de una palabra hasta la enajenación de ésta con su significante: “repetir hasta el exceso es entrar en la pérdida, en el cero del significado” (Barthes, 57).
Me interesa la siguiente frase de Agamben en relación con la poética de Vallejo: “El verdadero destinatario de la poesía es aquel que no está habilitado para leerla”. Quien busque una fórmula o un modo de interpretar los “estruendos mudos”, se quedará en el murmullo.
Autor
︎Matías Yeatts
Poeta y escritor. Estudia Letras en la Universidad de Buenos Aires; actualmente es profesor de Literatura en un colegio secundario.
"Escribir es solamente una forma de salvarse, un placer íntimo. Es la relación del escritor con el mundo (como voluntad) y la búsqueda insaciable de significarlo"
Poeta y escritor. Estudia Letras en la Universidad de Buenos Aires; actualmente es profesor de Literatura en un colegio secundario.
"Escribir es solamente una forma de salvarse, un placer íntimo. Es la relación del escritor con el mundo (como voluntad) y la búsqueda insaciable de significarlo"