09/07/2023 | RODRIGO NARDILLO
EL CHOLO EN NUEVA YOR
El Cholo era un personaje omnipresente en mi barrio. Por la mañana visitaba puerta a puerta nuestras casas repartiendo soda en su Rastrojero y por las tardes lo veíamos pasar corriendo. En su recorrido habitual llegaba hasta la estación de Paso del Rey yendo y viniendo por la calle del costado de la vía.
Cuando paraba y comenzaba a elongar en el puente de la calle La Patria nos arrimábamos y lo taladrábamos a preguntas ¿Alguna vez ganaste una carrera? O ¿por qué te pones esa crema olorosa en las piernas? eran parte de nuestro interrogatorio. El Cholo, que era bastante charlatán, nos seguía la corriente con respuestas que ayudaban a construir su imagen mítica. Lo que más nos llamaba la atención era que siempre nos decía que se estaba preparando para “una maratón muy importante que iba a correr en Nueva Yor”.
El tiempo pasó, crecimos y algunos se fueron del barrio. Las calles se asfaltaron, los baldíos desaparecieron, la siesta murió y 30 años después sigo viviendo en la misma casa con la sensación de estar en otro lugar. Quedan pocas cosas de aquella época y una de ellas es el Cholo. Sigue repartiendo soda por la mañana, ahora en un camión un poco más nuevo y por las tardes se lo ve corriendo, algo más lento, pero con la misma perseverancia de siempre.
Mi vínculo con él cambió porque hace unos años yo también comencé a correr y al tiempo me sumé a un grupo. Nos juntamos tres veces por semana en la Plaza Buján y ampulosamente lo llamamos “running team”. Somos unos 30, de diferentes edades y en este grupo el Cholo es una especie de mesías. Sus consejos son escuchados como un oráculo. Ahí nos contó que participó en centenares de carreras, que tiene una piecita llena de trofeos y que en ella guarda la medalla que ganó en la primera edición de la maratón de Buenos Aires que se corrió en 1983.
En el mundo de los runners La Meca es la Maratón de Nueva York. Es una carrera que se corre desde 1970 entre los barrios que conforman la ciudad y todos los años junta a más de 30.000 corredores y 2 millones de espectadores. En el grupo de running comenzamos a fantasear con la posibilidad de participar y a especular con los costos, tiempos y demás historias. En estas charlas fue cuando conté del Cholo y su anécdota de “Nueva Yor”.
El viernes siguiente tomé coraje y en el medio de la entrada en calor dije en voz alta:
- Che Cholo acá la muchachada esta intrigada porque quiere que nos cuentes la historia de la Maratón de Nueva York que vos relatabas cuando yo era pibe.
Mi comentario fue el pie para que el viejo largue lo que tenía guardado hacía años.
Resulta que él era peronista a muerte y en el 75, por intermedio de un amigo que trabajaba en la Secretaría de Deportes consiguió una beca de la Fundación Evita que le pagaba los gastos para correr la maratón. Pero la historia se complicó. Llegó el golpe del 76, el gobierno militar, adiós Fundación Evita y “el Cholo y Nueva Yor” pasaron al olvido.
Nos contó que las ganas por participar en esa maratón fueron su gran motivación y que toda su vida juntó plata para eso, pero que después de unos años se dio cuenta que para él era imposible.
En ese mismo momento cruzamos miradas cómplices y el grupo de seis corredores que planeaba correr en la Gran Manzana se agrandó. Sumar al Cholo como invitado de honor fue el complemento mágico de nuestro programa.
Cuando nos juntamos y lo invitamos se largó a llorar como un nene.
Pero lo que no estaba en nuestros planes era Sandy. El fin de semana previo a la carrera se desató un huracán que inundó y destruyó buena parte de la ciudad. Hasta unos días antes de la partida no sabíamos si viajábamos. Finalmente, el jueves previo a la maratón, arribamos al aeropuerto JFK. Llegamos y nos fuimos a retirar el dorsal a la Feria del Corredor. Paseamos por los stands como si fuera un shopping pero en el aire se respiraba un clima raro porque nadie nos confirmaba si la carrera se realizaba. Salimos a caminar para visitar el Central Park y cruzando por Time Square se nos derrumbó el sueño. La pantalla de un televisor enorme en una vidriera nos informó que la maratón se suspendía por primera vez en su historia.
Cuando el Cholo cayó en la cuenta sentenció: “¡Muchachos el yeta soy yo. Está escrito que esta carrera de mierda no es para mi!”.
Enfilamos para el hotel recorriendo calles semi desiertas en un clima de velorio.
A la mañana siguiente, mientras desayunábamos callados la boca el viejo me pregunta;
- Che Rodrigo, ¿cuántos kilómetros tiene el parque ese que fuimos el otro día donde lo boletearon a Lennon?
Miré en el teléfono y luego de un rato le respondí:
- Más o menos diez kilómetros Cholo.
- ¡Ya está! El domingo vamo al parque y hacemo 4 vueltas y un poco más, y corremos nuestra propia maratón de Nueva Yor y se van todos a la puta madre que los parió!
El domingo a las 9 nos juntamos con un centenar de locos en Columbus Circle y sin una señal oficial arrancamos nuestra propia maratón. Me emocionaron las personas que espontáneamente se acercaron a alentarnos. Pero lo que me va a acompañar toda la vida es el Cholo y su sonrisa chocando los cinco de cada persona que se le arrimaba. El viejo se robó buena parte de las felicitaciones y las fotos de los diarios que vinieron a cubrir la llamada “maratón pirata”.
A la vuelta me tuve que aguantar las mil veces que contó la historia y nunca desmentir las hazañas que no ocurrieron y que él le fue agregando a su relato.
Tuve la suerte de volver a Nueva York y correr la verdadera maratón, me emocioné en la largada, disfruté del recorrido y sufrí los kilómetros finales. Cumplí un sueño, pero nada se asemejó a esa semana que viví con el Cholo y los muchachos del running team de la Plaza Buján.
Autor
︎Rodrigo NardilloLuego de un largo recorrido profesional de más de 30 años en el mundo corporativo y comercial, decidí un cambio de rumbo que me permite vivir una nueva vida. Hoy soy periodista de deportes en el diario La Nación. La ficción es un espacio donde, tímidamente, le doy forma a sensaciones y vivencias que están guardadas en mi memoria, que siempre caprichosa y antojadiza, las moldea para desembocar en pequeñas historia donde se confunde lo vivido con lo imaginado.