17/10/2022 | ILARIA LANDINI

Martín Kohan: “Escribir midiéndose con el canon es un mal plan”

Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) es escritor, crítico literario y docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. De todas sus publicaciones obtuvo varias distinciones, como el Premio Herralde, el Premio Konex y el Premio de la Crítica. Hay tres cosas que lo caracterizan: su pasión por Boca Juniors, un celular del año 2000, y un libro que lleva siempre para leer en pequeños huecos. Preocupado por un presente en el que la lectura está siendo desplazada, dice que “las nuevas tecnologías son una máquina de desconcentración, por eso los jóvenes sienten un gran desafío a la hora de escribir”. Este tema lo profundizará en su próxima publicación: un ensayo sobre el teléfono.







Abelardo Castillo decía que el hábito de la lectura se adquiere cuando uno es chico. ¿Te acordás de tu primer acercamiento a un texto literario? ¿Qué sensación te produjo?
  Yo también empecé a leer de muy chico. Recuerdo las escenas de lectura en la infancia asociadas fuertemente con una sensación de soledad. La cuestión con la lectura era y sigue siendo un momento de soledad. Si bien hay momentos en mi profesión donde interactúo con otros (dando clases, en congresos o conversaciones literarias) esa marca de retraimiento y soledad, para mí, es una marca que sentía fuertemente en la infancia. La soledad en general está mal vista; un chico que pasa mucho tiempo leyendo, por tanto, que pasa mucho tiempo solo, plantea una especie de preocupación a sus padres. En realidad no está pasando nada, simplemente le gusta leer y esta es una actividad que se hace a solas, porque se hace en silencio, concentrado…
  La vuelta al mundo en ochenta días es el recuerdo de mi primera lectura. Este libro se me grabó con la idea del golpe de efecto en una narración. La idea del truco narrativo: pensar que iba a terminar de determinada manera pero el truco al final te hace cambiar de sensación. La fascinación de que lo fabuloso no estaba en lo narrado sino en la manera de narrar. Me doy cuenta de que si yo retuve ese libro como el primero es porque me marcó ese efecto de lectura.
  
  Y esto cobra sentido a lo largo de tu vida, al convertirte en crítico, escritor y profesor… ¿Cómo definís esta tríada? ¿Puede llegar a ser conflictiva al sentir que no estás ni de un lado ni del otro?
  Hay una integración sin ningún problema. Porque son ángulos por donde rondan el mismo campo de cuestiones. Creo que se alimentan una de otra: enseñar literatura, leer literatura metódicamente, escribir esas lecturas literarias, dar clases, hablar de literatura e intercambiar, enseñar, recibir, etc. Prácticamente mi vida entera, salvo Boca y dos o tres cosas más. Entonces, ¿por qué eso entraría en conflicto con la condición de escritor? A mí me pasa exactamente lo contrario, es totalmente enriquecedor recorrer textos, ver cómo están hechos, cuáles son sus recursos y estrategias, qué concepción de literatura se pone en juego, etc. ¿Cómo este campo de problemas no va a ser estimulante a la hora de escribir? para mí lo es…
  
  ¿Hay un momento en el cual dijiste “soy escritor”? ¿Existe verdaderamente ese momento?
  Depende. En mi caso, nunca apareció claramente la idea de ser escritor. Nunca me propuse ser escritor.
  Pero de repente te pasó…
  Pasó como consecuencia. Sería difícil definir cuándo. Lo que sí estaba muy claro cuando era chico, era que me gustaba escribir. Lo hacía por simple placer. Mi relación era, y sigue siendo, directa con la escritura más que con la condición de ser escritor. No podría darte una precisión de cuándo pasó esto, porque tampoco siento que pasa cuando publicás el primer libro, ni cuando recibís un premio…Porque sino cualquiera sería escritor.
  

  Al decir eso entrás en una discusión que se arrastra durante años y que hoy divide al mundo literario. Me refiero a las posturas en torno a la figura del escritor. ¿Cómo la pensás vos? ¿Y cómo te relacionas frente al “mundillo literario” de hoy?
  Hay distintas capas. Porque hay vínculos personales por un lado, afinidades ideológico-políticas por otro. Y -lo que a mi me parece más interesante- la prioridad, es decir, si lo que ponés por delante es la escritura o la condición de escritor. Esto incluye la práctica de la escritura, donde aparecen las afinidades estéticas y poéticas. Las afinidades contemporáneas y horizontales van a tener que ver con a quién leemos y a quiénes retomamos. Prefiero pensarlo en esos términos. La amistad de mis amigos escritores surgió a partir de una afinidad literaria. Primero los leí, me interesó lo que escribían. Después nos conocimos y nos hicimos amigos. Esto es lo contrario al “amiguismo”: los que se caen bien personalmente y defienden sus libros entre ellos.
  
  Está lleno de esto en Buenos Aires…
  Siempre hubo. No es nuevo, quizás ahora se hace de un modo más torpe, como si no se dieran cuenta de que todos nos conocemos y ya sabemos que se elogian porque son amigos, ya ni lo disimulan.
  
  ¿Dónde te inscribís frente al debate en torno a la autonomía y al compromiso de la literatura?
  En rigor hay un desdoblamiento. Hay algo en el intelectual sartreano que me interpela, que tiene que ver con intervenir públicamente. Incluso antes de leer a Sartre, cuando era estudiante de letras y David Viñas era uno de mis profesores, veía perfiles de intelectuales y académicos. Veía algunos profesores brillantísimos, como Josefina Ludmer, o Beatríz Sarlo. Ese perfil de intelectual que tiene un pie en el ámbito académico y a la vez traspasa, en algún tipo de intervención o práctica, a la esfera pública, siempre me interesó. Estuve muy atento de tener también ese perfil. Lo podemos llamar sartreano en el sentido de una toma de decisión pública. Pero en el vínculo entre literatura y política soy totalmente adorniano. Porque en ese punto, lo que se juega en la literatura tiene que ver con su especificidad y su autonomía, y aquello que la literatura pueda hacer en un posicionamiento crítico, lo hace desde su especificidad y no desde un compromiso declarativo. Para mí es clave. Entonces, el perfil que yo modestamente pueda tener, de escribir en el diario, de dar debates, incluso de contestar en twitter, me parece que está bien intervenido, que hace a la intervención en la esfera pública.
  
  Sin embargo en tus libros no respondes a esto…
  Claro, nada que ver. Muchos suponen que hago una literatura declarativa, comprometida, de reflejo o de denuncia. Y no es así. Es un juego que viene de la forma. Es una postura totalmente adorniana.
  
  ¿Qué decirle a un joven que respeta el canon a tal punto que lo inhibe a la hora de escribir?
  Son muy apocalípticos para ser jóvenes. Es raro… Hablan como si tuvieran 70. Porque la preocupación por el canon te diría que es un poco conservadora. A los veinte escribís para romper con el canon, no para entrar. No vas a escribir lo mismo que se escribió hace cincuenta años. Depende del modo en el que te posicionás. Si vos te ponés frente a Borges ya está, no te conviene. Uno no escribe para medirse “con”, sino ya hubiéramos perdido todo… Escribir midiéndose con el canon es un mal plan. Escribís porque te gusta escribir, para mí la base está ahí. Se supone que te apasiona y lo disfrutás. Lo haces por esto. Por supuesto que maniobrás al interior de un canon.
  

“Uno no escribe para medirse 'con', sino ya hubiéramos perdido todo…”


  Ahí entra un poco la frustración, la cuestión de cómo hacer algo nuevo cuando lo nuevo ya tiene una tradición, una clasicidad. En la mayoría de tus libros haces una reinterpretación de la historia, das lugar a reescribir el pasado con el presente. Por ejemplo, en el cuento “El Amor”, donde dos personajes históricos, Martín Fierro y Tadeo Cruz, tienen un encuentro amoroso. ¿Cómo lees la tradición y cómo hay que reescribirla?
  Uno apuesta a lo nuevo en el sentido de ruptura, de descolocación, desarmar o mover un poquito. Escribir para entrar en el canon es asegurarte la frustración. Porque ¿qué tipo de reconocimiento estás queriendo tener? Cuando uno escribe, obviamente querés que esté bien, ponés todo el esmero y cuando el libro sale, quedás a la expectativa de que guste, interese y circule. No me pongo una condición de indiferencia al respecto; uno quiere que haya lectores que aprecien lo que uno escribió. Pero no es lo mismo que el reconocimiento de un canon. Mirá, si vas a los años 30, 40, 70, ¿cuáles son los escritores que parecían que tenían un lugar seguro? Borges es muy claro, después hay un montón de otros escritores que se perdieron en la nada. Y otros escritores que estaban un poco laterales, diluidos, desconsiderados, y hoy están en el canon. Entonces, poner las expectativas en el canon me parece que solo puede producir frustración.
  
  Veo que das lugar al debate en Twitter, con otros lectores, inclusive con otros escritores. Un lugar que puede llegar a ser muy hostil. En tu caso, que estás en contra de la cancelación y de la prohibición, ¿qué hacés con la gente que te agrede en las redes sociales?
  En Twitter entran en juego la agresión y la falsificación. Ahí intervengo, ¿por qué habría que permitir que alguien nos agreda o diga algo de nosotros que es mentira? Me dispongo a discutir y a debatir el tema. Hasta que es violenta, cuando es violenta me voy. Me interesa correr a la persona que porque tiene la impunidad del anonimato te agravia. Un ejemplo máximo de esto: Hay hinchas en la tribuna que consideran que tienen derecho a escupir a los jugadores. Lo hacen desde el anonimato, ya que están diluidos en la masa de la tribuna. Una vez, en la cancha de Arsenal, Riquelme fue a patear un corner y lo escupieron. Riquelme dijo “no quiero que me escupan”. Con todo su derecho. Soy Riquelme pero no quiero que me escupan. Es un ejemplo máximo porque él es Riquelme… Pero hay un efecto de “estoy metido en la masa y por eso puedo ejercer mi violencia”. No hay que dar esto por válido. Hay que poder pedir “no me escupas”.
  
  Ya que hablamos de las redes sociales, ¿qué opinas de los Ebooks, audiolibros, y las nuevas tecnologías en relación con la lectura y la escritura?
  La literatura es un mundo muy restringido, de manera que todo lo que suponga una ampliación del campo de circulación de textos lo veo positivo. Sin embargo, entiendo que las nuevas tecnologías son una fuente de distracción. Nuestro capital como lectores es la concentración y es lo que más nos cuesta. Cuantas menos cosas me interrumpan cuando estoy concentrado, mejor. Internet es una máquina de desconcentración, sobre todo cuando el texto y los factores de dispersión están en el mismo dispositivo. Esto es un problema.

  Sos una persona activa y ocupada; das clases, conferencias, tenés una familia, amigos… ¿Dónde y cuándo lees?
  Leo en los huecos y trato que esos huecos sean lo más grandes posibles. Por ejemplo, hoy hice algo de la facultad en mi casa y me fui a un bar. Estuve una hora ahí antes de encontrarme con vos y ahora entro a la conferencia. En los bares encuentro huecos. También a la noche suelo tener una hora de lectura. Pero está todo bastante acomodado. Antes de dar clases vengo de una hora de lectura o escritura.
  
  ¿En qué estás trabajando actualmente?
  En octubre va a salir un libro que produje el año pasado. Se trata de un ensayo sobre el teléfono que disfruté muchísimo al escribir. Se va a publicar en la editorial Godot.
  Saqué cuatro libros en los últimos dos años, ahora toca calmarse un poco. Esto va en relación a lo que hablábamos antes, no pienso “tengo que escribir o publicar”, se me ocurre algo y me pregunto “¿cómo lo escribo?”. Cuando no se me ocurre nada o no estoy con ganas de escribir, no escribo. No me obligo ni a una cosa ni a la otra. Pero cuando me entran ganas… Por ejemplo, me conozco, y ahora me están empezando las ganas de novela; no tengo ninguna idea, pero las ganas están empezando…
  



Autor


︎Ilaria Landini
Editora de revista Ventoux. Periodista y estudiante de Letras.