13/12/2022 | JULIÁN BALBARREY HARGUINDEGUY

La democracia es una

conversación

El tiempo del no tiempo


El legado más humano de Goya es el hacer externos nuestros fantasmas, de hacerlos tangibles, de otorgarles un rostro, y nuevamente me encuentro en deuda con mis preocupaciones más radicales, deuda que intentaré saldar externalizando a ellas en los próximos renglones.
  
  En el mes de Mayo del pasado año nos tomaron por sorpresa nuestros smartphones, específicamente en la aplicación WhatsApp, hablamos de la actualización que permite acelerar los mensajes de audio y así tener la opción de poder elegir la velocidad con la cual los reproducimos.
  
  Vimos muy celebrada esta novedad en gran parte de los usuarios, por sobre todo en las poblaciones más jóvenes (vastas cataratas de hilos en Twitter con memes y posts en Instagram haciendo referencia a la actualización) y también en las personas que utilizan su celular como instrumento productivo o con fines laborales. Al igual que en el ámbito público de las redes sociales, también notamos una visión mayoritariamente positiva en la intimidad privada y los círculos cercanos.
  
  Expuesto así, entonces, el tema que ha suscitado la inquietud de este ensayo, abrimos cauce a la invitación reflexiva. Notamos que esta novedad acelera la voz, por lo que la modifica en su totalidad, cambia el tono, los espacios de silencio, mata la espontaneidad, incluso a veces nos confunde porque no permite entender bien qué palabras usó el otro, esto hace que se pierdan los matices del intercambio sobre todo porque no se logra captar el “tono” con que se dicen las palabras. Borges solía resaltar que en la voz se decide “lo que se quiere decir”, como referencia a la tonalidad con que se dicen las cosas, su “temperatura”, es decir, el ánimo y la energía que el emisor del mensaje deposita en su voz termina por definir lo que realmente se quiere transmitir, le da su “significado”: entonces, aunque en toda ocasión resulta complejo ¿cómo podemos estar seguros de que entendimos lo que el otro quiso decirnos?
  
  Lo que primeramente despierta sospechas es que hay un semblante irreal en ésta actualización, las personas no hablan así, por lo que esto genera un cambio sustancial en nuestra voz, y que es creado por la técnica, así esta nos presenta ya una realidad alternativa, que ha sido inventada por ella, que no es natural ¿por qué, entonces, esperamos que ésta resuelva lo que escuchamos?
  
  No podemos captar el “aura” de la voz del otro, lo que hace único el hecho de su mensaje, esto era ya anticipado por Walter Benjamin en su texto, “La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica” (1937), «¿Que es propiamente el aura? Un peculiar entretejido de espacio y tiempo […] su tendencia hacia una superación de la unicidad de cada hecho mediante su reproductibilidad […] El aura está ligada a su aquí y ahora (hic et nunc)». Como vemos ya no interesa interpretar lo que el otro me está diciendo, esto implica inevitablemente la simplificación de nuestras interrelaciones, más desatención, más distracción, más separación, y a todo esto me surge el interrogante ¿Quién nos hizo creer que interrelacionarnos con el otro es fácil? el otro es un otro, un otro dueño de una complejidad subjetiva que me supera, que me desborda, y es justamente por esto que concretar una interrelación implica depositar grandes esfuerzos intelectivos, ¿nos hemos preguntado cuánto esfuerzo intelectivo dedicamos a escuchar un audio?
  
  Esta función aumenta nuestra recepción a-perceptiva del mensaje de audio, lo cual le quita su valor, porque si recibimos pero no percibimos lo recibido hay mecanización, y donde hay mecanización difícilmente pueda haber humanidad. Y ¿por qué no hay humanidad? simplemente porque estamos eligiendo escuchar al otro no de la manera en que habla sino de otra, que no es humana, y no puedo evitar pensar que, de alguna manera esta actualización vino a compensar una voluntad previa que demandaba no querer escuchar al otro tal cual es y tal cual se expresa. La tecnología en su constante búsqueda por catalizar nuestras acciones, nos encierra en una prisa permanente que nos deshumaniza cada día un poco más. Ernesto Sábato dejaba este síntoma en evidencia en “La Resistencia” (2001) «¿Se puede florecer a esta velocidad? [...] El hombre no puede mantenerse humano a esta velocidad, [...] Ya nada anda a paso de hombre».
  
  A esta altura, la nueva opción de reproducir los audios, me encuentra persuadido de que lo que esta trae consigo es nuestro reemplazo de escuchar voces, a oír algarabías. Si no nos escuchamos más ¿quien nos hace inteligible en este mundo si no es el otro? Emana así, la cacofonía de este universo de la desatención, que nos hace sentir como Prometeo caminando por la vacía Escitia.
  
  Por otra parte, en la prisa, vemos una resolución puramente utilitaria de los intercambios, y si prestamos atención a la instrumentalidad altamente productiva de WhatsApp donde la vara del criterio y el reloj se fusionan por completo, no hay espacio para otras intervenciones. Pienso: si escucho más rápido los audios tengo más tiempo ¿más tiempo para que? Tengo más tiempo para producir, para mi vida en términos productivos. Un pensamiento, a su vez, propicio para la justificación de un sujeto tardomoderno que se auto-resuelve de forma permanente en rendimientos.
  
  Quien nos ayuda a encontrarle un posible por qué a esto es Raymond Williams con su “estructura de sentimiento”, donde la reacción que tengamos ante lo nuevo está ya definida por un lógica de pensamiento, donde este pensamiento ya piensa por sí solo, es decir, piensa por nosotros, y que de manera automática asume la actualización como positiva. Si es actualización es porque es nueva, y si es nueva es, por lo tanto, buena. A lo que apuntamos es a que ésta tecnología que ya opera y avanza muy subliminalmente en la cultura mediante esta dinámica de “actualizaciones”, sigue desactivando las alarmas de la cautela humana. Y de la misma forma, desnuda nuestra premura por darle utilidad a la actualización y no por interrogarla, de igual lógica al coach o al militante, siempre bien atentos a la consigna nueva para luego divulgarla, sin antes preguntarse si es ésta saludable o nociva.
  
  Ahora bien: es, al menos llamativo, la letárgica desidia de la política ante este tipo de cambios, ya que ante cualquiera de esos avances que perjudican la comunicación ésta se ve directamente afectada, porque, es justamente la comunicación la expresión de lo que tenemos en común, y es a su vez en lo que tenemos en común donde la política encuentra su sostén.
  
  Entonces ¿qué puede esperar de esto la política? No lo sé, pero teniendo en cuenta que hablamos de un individuo inmerso en una dialéctica donde adelanta los audios de sus cercanos porque busca “ahorrar tiempo” y, no tolera escuchar al otro en el tempo en que este habla, lo que si me permite imaginar es, lo que no debería esperar la política de este individuo: ni tiempo, ni atención. En la “España Invertebrada” (1921) ya nos advertía Ortega y Gasset que la consideración entre la sociedad y los políticos no era simétrica, sino más bien lo contrario: «la verdad es que si para los políticos no existe el resto del país, para el resto del país existen mucho menos los políticos». Por lo pronto, lo que tendemos a pensar es que la política debe tomar riendas de esta circunstancia y aprovecharla para, de alguna manera, compensar con ese esfuerzo de escucha, y esta vez escuchar de verdad, más que antes. La política tiene por delante el gran desafío de poder contener a este sujeto que siquiera puede identificar. Un sujeto que pareciera encontrarse paralizado por no entender la complejidad del mundo que le toca habitar y «decepcionado de la experiencia cívica de ser un adulto kantiano». Donde en ambas orillas de su deambular posmoderno sólo espera ser aturdido, en una por el violento desasosiego expresivo de una sociedad polarizada e intolerante y en la otra por el consumo cultural de un neo-dadaísmo del éxtasis en la piel de gurúes del sonido que reproducen golpes arcaicos; y para contenerlo en medio del tribalismo digital que atravesamos hacen falta muchas cosas, podemos empezar por escuchar, dejar de gritar(nos) y escuchar.
  
  La rebelión consiste en escuchar al otro hasta pulverizarse los oídos. En efecto, y por último, creo que no está demás destacar que para poder escuchar es preciso hacer silencio, pero cuando acudo a mis recuerdos y veo a mis maestras de 1er o 2do grado (no dudo que rebalsadas de buenas intenciones) diciéndome: “¡Julián! ¡Hace silencio!” noto que no me han enseñado a “hacer silencio”, sino que me han enseñado a callar. Y cuando pienso: ¿será casualidad que nuestro lenguaje antes de “silencio” diga “hacer”? ¿Será “hacer” porque implica una acción, es decir una voluntad, es decir un esfuerzo? No puedo evitar concluir entonces, diciendo que el silencio verbal para estos casos queda incompleto, necesita del mental, que es el silencio real, es nuestra mente la que requiere de ese silencio para lograr la apertura a la palabra del otro; en síntesis para poder escucharnos, para volver a escucharnos. Quizá nos quede en la ladera un árbol que contemplar cada día.



                                                              







Autor


︎Julián Balbarrey Harguindeguy

Estudio Filosofía Política y trabajo en Comunicación. La soledad durante mi infancia me colocó en una relación inseparable con la lectura. Desde entonces huyo de los espacios claros y de lo indubitable. Soy solo un alma que no hace pie.