LITERATURA | 30/07/2022 | MAURO ANZINI

LEMNISCATA 







  Cuando nos ponemos a pensar, el Infinito es el concepto que más nos atrapa y nos seduce. Lo escribo con la I mayúscula, como la Tierra, la que vivimos y sabemos o creemos que es una minúscula cosa. Porque el Infinito, por supuesto desconocido, en realidad nos parece un espacio para nada ajeno, donde sí sentimos nuestra pequeñez y nuestro desconcierto pero donde nuestra mirada se pone finalmente firme, aguda, y el pensamiento se despliega, camina, corre lejos hasta perderse.

  Pasa algo entonces casi milagroso, nos perdemos para encontrarnos. Finalmente nos damos cuenta de lo que somos, nos reconocemos. Nos desnudamos de todo lo que (no) sabemos, retomamos conciencia, espesor y perfil. Seres creíbles probablemente. Nos liberamos del concepto de “esto es mío”, del enraizamiento, de las tradiciones, de las antiguas ideas. Sin defender a nada, sin guerra. El tiempo, el espacio, los códigos, las órdenes, las diferencias, las necesidades, los prejuicios también desaparecen: otro milagro. Mirando al cielo o al océano, igual con los ojos cerrados, algo de litúrgico, aunque laico, sucede. El hombre, testificado por el infinito, reconoce y admite sus pecados, se limpia y renace. Confesión y bautismo al mismísimo tiempo.

  Así, un lugar ficticio, inexistente, abstracto, nos atrae y nos llama. Lo que desconocemos en realidad nos empuja, no nos da miedo. Nos promete el descubrimiento, es decir lo nuevo, quizás la omnisciencia. Proyectándonos intentamos entender, nos reubicamos, retomamos un verdadero camino. Y que el pensamiento puede ir más allá de donde estamos, de lo que somos. Estáticos nos apagamos, en movimiento, siempre menos humanos, evolucionamos. A lo Infinito.



Autor


︎Mauro Anzini