Shoe Dog: el viaje, la ambición y la locura detrás de Nike
- Matías Bianchi
- 24 feb
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 14 mar
Shoe Dog" es la autobiografía de Phil Knight, fundador de Nike, donde narra su camino de joven sin rumbo a creador de un imperio global y los riesgos, fracasos y obsesiones que marcaron la historia de la icónica marca deportiva
¿Por qué es tan difícil empezar? Con esas palabras arranca su memoir Phil Knight, fundador de Nike, mientras describe una de sus corridas matutinas por las arboladas calles de Portland, Oregon, una madrugada de 1962.
Con 24 años, recién graduado de business de Stanford y habiendo hecho el servicio militar, volvió a su casa. Entre noches de insomnio y, sumido en una profunda crisis existencial, relató: “Era raro volver a vivir con mis padres, dormir en la cama de mi infancia. ¿Este sigo siendo yo?, ¿Todavía?... En los papeles, era soldado y me había graduado, era un adulto. ¿Por qué, entonces, me sentía un niño?”. Knight explica que, hasta entonces, nunca se había “rebelado, roto una regla o fumado un cigarrillo”.
Forzado por esa incomodidad, Phil decide probar suerte con una “idea loca”: irse de viaje a recorrer el mundo y fundar una empresa: “Antes de morir quería ver los lugares más bellos, impresionantes y sagrados”.

Parte de ese envión lo consigue recordando las palabras de un profesor: “Los cobardes nunca arrancaron, los débiles murieron en el camino” haciendo referencia a los pioneros que cruzaron las montañas rocosas en el siglo XIX para establecerse en la costa oeste, trazando el actual “Oregon Trail” y fundando la ciudad natal del autor.
El autor relató: “No sabía quién era exactamente, o en quién me convertiría. Sabía que quería ser exitoso. Pero yo buscaba más que dinero y formar una familia -el sueño americano-, tenía una sensación de que la vida es muy corta, y quería que la mía tuviese significado y propósito. Que fuese creativa e importante… pero más que nada, diferente. Quería dejar una marca en el mundo. Quería ganar. O simplemente, no quería perder”, y profundizó: “Quería que mi vida fuese un juego, mantener ese suspenso que se aprecia en el deporte cuando la pelota está en el aire o los corredores están cerca de la línea de llegada y no saben si van a ganar o perder”.
Su primera parada fue Hawái, donde sintió un alivio tan grande al llegar que decidió quedarse a vivir un tiempo. Para mantenerse, trabajó como vendedor de enciclopedias: “Odiaba vender, iba en contra de mi naturaleza vergonzosa e introvertida, el rechazo me hacía muy mal”, reconoce.
Una mentira bien contada
Su segundo destino fue Japón, 15 años después de la Segunda Guerra Mundial, la tensión entre ambos países seguía latente. Allí dio el puntapié a su emprendimiento: importar zapatillas deportivas de la marca Onitsuka Tiger a los Estados Unidos. Knight era un corredor amateur al que le iba bastante bien en competencias locales, pero si bien muchas veces hizo podio, no se destacó lo suficiente para competir en instancias superiores. “Mi sueño era ser atleta olímpico, pero la vida me hizo bueno, no excepcional”, escribe. Además de su pasión por el running, la complejidad y sofisticación del pie humano lo fascinaba y lo hicieron un obsesivo del calzado.
Careciendo de experiencia, pero no de coraje, se sentó de igual a igual en una mesa con directivos nipones que le sacaban, al menos, 30 años. Presentó su idea, cuidadosamente estudiada, al igual que la cultura de ese país, que admiraba. Knight captó el interés del dueño de Onitsuka.
Phil se vio forzado a mentir en ciertos detalles no menores, como el hecho de que no tenía ninguna empresa importadora montada. Espontáneamente, se inventó el nombre “Blue Ribbon” -nombre que se le da al primer premio en eventos de atletismo-. Los japoneses prometieron mandarle unas docenas de cajas de zapatillas y como festejo por la hazaña subió el Monte Fuji en Tokyo, donde conoció a su primera novia, la extrovertida hija de un magnate norteamericano.
Knight, de una voluntad y curiosidad admirable, siguió su viaje por el mundo, apreciando diferentes culturas. Fue en Hiroshima donde se espantó con las consecuencias de la bomba atómica y en la India, donde se enfermó a punto tal que pensó que moriría en soledad. En Atenas quedó boquiabierto con las ruinas del Partenón.

Al regresar a Oregon y luego de largos meses que pusieron a prueba su paciencia -y autoestima-, llegó a puerto su primer encargo de zapatillas, que luego puso a la venta en el living de la casa de sus padres.
Empezó a venderle Onitsuka a otros runners que conocía, a quienes invitaba a pasar y se ponía a medirles los pies ante la mirada extrañada de su padre -un respetado abogado y político, director de un periódico local-, que no estaba de acuerdo con el camino alternativo que estaba eligiendo y que le parecía una pérdida de tiempo. Aun así, su madre lo apoyaba.
Knight parecía haber encontrado eso que lo hacía perder noción del tiempo: “Me preguntaba, si habría una manera de sentir lo que sienten los atletas, de disfrutar tanto el trabajo que esencialmente juego y trabajo sean lo mismo”.
El costo de soñar en grande
Correr en los años 60 era algo raro. No había mucha conciencia respecto a sus beneficios. El fundador describe que burlar a corredores, por ejemplo, vaciarles latas de gaseosa en la cabeza desde los autos o tocarles bocina, era algo recurrente. Para entender lo novedoso que era ese deporte, los atletas eran en su mayoría amateur, financiados con sus propios bolsillos -incluso a nivel olímpico-. Y el mercado de la ropa deportiva recién arrancaba.
Knight se asoció con un ex entrenador de running que había tenido en la Universidad de Oregon, Bill Bowerman, un sabio veterano de guerra que literalmente desarmaba los modelos de zapatillas de la época para estudiarlos en su oficina. Les hacía modificaciones que beneficiaran a los atletas que entrenaba, especializados en 1500, 5000 y 10000 metros. Bowerman era uno de los “shoe dogs” (perro de zapatillas) a las que hace referencia el título del libro. Phil lo admiraba: “Él era de la ciudad de Fossil, en Oregon y en cierta manera se asemejaba a uno: duro, marrón, ancestral. Tenía una masculinidad prehistórica, una mezcla de resiliencia e integridad. Su aura era intimidante y le obedecíamos ciegamente. Lo amaba y le temía al mismo tiempo”.

Knight viajó en varias ocasiones a Japón para estrechar el vínculo con Onitsuka y en cada una de estas reuniones habla de sus esfuerzos por intentar entender la cultura de negocios de los japoneses, algo que nunca termina de captar por su ambigüedad y la dificultad para leer su lenguaje corporal: “cuando pensaba que estaba yendo bien, estaba yendo mal, y viceversa” dice sobre uno de esos incómodos encuentros.
El negocio no le daba para vivir: los pedidos de zapatillas tardaban en llegar y los modelos venían mal, generándole un gran estrés. Evitaba el mundo corporativo, pero terminó trabajando como profesor de contabilidad en la Universidad de Oregón, donde conoció a su esposa, Penny, y como contador en Price Waterhouse Coopers, donde entabló amistad con un colega brillante pero alcohólico, a quien luego contrataría en Nike.
Pronto se dio cuenta de que quería dedicar todo su tiempo a Blue Ribbon: “Lo haré funcionar”, se prometió a sí mismo. Es esta determinación a tener éxito la que lo caracteriza a pesar de las constantes situaciones de estar al borde del colapso mental, enfrentado a innumerables deudas y la amenaza de bancarrota. Un trabajador incansable, fiel reflejo de la cultura del esfuerzo y meritocracia norteamericana.
A Blue Ribbon le empieza a ir cada vez mejor como para auspiciar a algunos deportistas -algo novedoso-, entre ellos al legendario runner Steve Prefontaine. En una competencia de atletismo en la que corrió Prefontaine, Knight describió: “Pre se rehuía a disminuir la velocidad, no importaba lo que le dijera su cuerpo, esto, en determinados momentos, era suicida. Es la pasión y el esfuerzo absoluto lo que gana el corazón de la gente”. El autor recordó que permaneció unos días con las piernas contraídas de fatiga solo de mirar a su ídolo competir: “esto es lo que son y hacen los deportes. Dan al espectador la sensación de vivir otras vidas, tomando parte en sus victorias y derrotas. El fanático se fusiona con el espíritu del atleta”.
El libro también habla de la fuerte competencia con Adidas. Vale recordar que eran los inicios de la producción masiva de calzado deportivo. Por ejemplo, en los Juegos Olímpicos de México 1968 esa marca lanzó un modelo de zapatillas llamado “Azteca”. Blue Ribbon decidió promover un modelo -diseñado por Bowerman-, cuya suela literalmente la hizo inspirado por el molde de una tostadora -logrando muy buena adhesión al suelo-. Como no sabían qué nombre ponerle, Knight le preguntó a su equipo: “¿cómo se llamaba el español que le pateó el trasero a los aztecas?”, y fue así que surgió el icónico modelo “Cortez”.
La gran traición: el quiebre con Onitsuka y el nacimiento de Nike
En un determinado momento, el reciente CEO de Onitsuka, un joven atorrante de apellido Kitami, planeaba eliminar por las espaldas a Blue Ribbon como distribuidor exclusivo en Estados Unidos. Knight le roba un informe de su portafolio y lo descubre. Esto lo llevó a empezar a producir modelos de zapatillas propios en otras fábricas bajo una marca propia: Nike. El nombre alude a la diosa griega de la victoria; y le surgió en un sueño a Johnson, un empleado muy importante
Onitsuka fue a juicio contra Blue Ribbon. El relato del autor respecto a como encaró el litigio, y el estrés que le significó, no tiene desperdicio. Luego de un período brutal, Nike empieza a tener el éxito soñado.
Knight hace hincapié en que a ninguno de los “padres fundadores” de la empresa tenía como estímulo principal el dinero, si no las ganas de hacer historia: “Estábamos tratando de no solo crear una marca, sino una cultura, luchando contra la conformidad y el aburrimiento, queríamos vender un espíritu”.
El relato no carece de la descripción de negociaciones duras, como cuando se hicieron públicos y vendieron acciones; Knight se puso firme y defendió el valor que él daba a su empresa, arriesgando todo. En la década del 80 el gobierno de Estados Unidos, luego de una fuerte acción de lobby por parte de la competencia, les quisieron cobrar una falsa deuda millonaria por importaciones. Esa plata los sacaría del negocio y Knight describió las vueltas que tuvieron que dar para poder sobrevivir a ese momento, donde se puso en evidencia la importancia de la política o de romper ciertas reglas.

El libro cierra con su autor describiendo los años recientes de su empresa. La polémica por los “sweatshops” -fábricas de producción de ropa- en Asia y sus esfuerzos por mejorar las condiciones laborales. Por ejemplo, en un momento el presidente de Indonesia le pidió que no aumentara el sueldo de sus empleados porque afectaría toda la estructura salarial de ese país, generando caos. Knight también perdió a su hijo Matthew en un accidente en 2004. El hecho lo llevó a dejar el rol de CEO de la empresa. A partir de este duelo y su conciencia sobre la finitud -algo presente a lo largo de todo su relato-, hace hincapié en fomentar al lector a salir a cumplir sus sueños, pero sin dejar de advertir: “Lo bueno nunca viene fácil”.
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El libro no es solo para gente que usa productos de la marca o hace deporte, sino que es interesante y entretenido de leer para cualquiera, particularmente, para gente con mentalidad emprendedora y creativa.
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