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Sobre Herodes, de Damián González Bertolino.

  • Simón Zorraquín
  • 15 oct 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 29 ene

Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980) nació en el Asentamiento Kennedy y trabaja allí como escritor y docente desde 2002. Ha publicado relatos, ensayos y novelas, entre ellas El increíble Springer (2015), El fondo (2013) y El origen de las palabras (2021). En 2017 fue seleccionado para el Bogotá 39, que destaca a los mejores escritores latinoamericanos menores de 39 años.

Cuando Italo Calvino dividió al mundo entre el mundo escrito y el mundo no escrito, dijo que la entrada a cada uno es problemática y tiene sus propios ritos (él, que era miope, se sacaba los anteojos para leer y se los ponía para ver). Tendemos también a dividirlo entre sueño y realidad, donde el rito consiste en cerrar o abrir los ojos, subir o bajar de la cama. Pero a Jorge Montiel, el protagonista de Herodes (2019), esos ritos no le dan ninguna certeza. Es de noche y, acostado en la cama, escucha el silbido de los eucaliptos, cuando un ruido en la planta baja lo despierta. Agarra el arma, sale al pasillo, prende las luces, encuentra a su hija tirada en el piso, sin muestras de agitación. La carga en brazos para devolverla a su cama, pero Pía no responde y en cambio susurra “Jorge…” como hacía Mariana, su mujer, y todo se vuelve impreciso:


“Observó la oscuridad que lo rodeaba como si se sintiera borracho y dio unos pocos pasos entre los muebles. Paseaba la mirada por toda la habitación en busca de un objeto que le diera la seguridad de que se hallaba en ese lugar. Los objetos, en cambio, se le escapaban. Sus formas difundían una indolencia que lo postergaban de sus emociones. En medio de ese abatimiento, recordó que había dejado el arma abajo. En las escaleras, le pareció que la casa se había partido en varios pedazos y que cada uno se sacudía a su manera como haciéndole un tipo de broma que solo él podía comprender (…)”

La soledad de Montiel es constitutiva, rastreable hasta una fría infancia de viajes por Europa junto a sus padres y una institutriz. Ahora es un hombre poderoso que vive, como un outsider, entre dos mundos: Buenos Aires y Punta del Este, la riqueza y la depresión, el amor y el deseo (a veces incestuoso), la vida y la muerte, el sueño y la vigilia. Y es a partir de su estadía en un caserón de San Rafael, en Maldonado, donde lo real empieza a hilar fino. Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980) pone sobre la mesa y renueva, desde su mirada aguda y original, la pregunta sobre la condición humana. Montiel tiene todo el dinero del mundo, pero está marcado por la tragedia. Entre tanto debe transitar, como ajeno, un mundo empresarial de amistades heredadas, de vanas relaciones que no entiende, ocuparse del cuidado de su hija parapléjica bajo la mirada atenta de los demás. Sucesos extraños como epifanías empiezan a manifestar, como dice el autor, “instancias de sentido”: en un casamiento en Carmelo, Montiel se pierde en un río, se duerme, se desmaya, lo rescatan moribundo; por la tarde prende fogatas enormes con objetos que considera innecesarios pero que la casera, de bajos recursos, quisiera conservar; donde lo invitan a pasar una noche esteña entre argentinos, Montiel encuentra personajes bizarros que lo hostigan…


Herodes conforma un paso clave en la obra de Damián González Bertolino. Después de la aclamada El increíble Springer se le presentaba al autor el desafío de escribir un libro que estuviera a la altura y que, a la vez, fuera hacia un lugar desconocido tanto para él como para sus lectores.Herodes es la apuesta y el salto al vacío. No es cortés hablar de los mecanismos que aplica eficazmente, pero hay un interesante trabajo en sintonía con maestros como Henry James y el minuano Juan José Morosoli, desde el tratamiento del punto de vista, el ambiente y el personaje, hasta la elipsis como forma de invención del argumento (sin necesidad de insertar las famosas estrellas morosolianas).


Quizás lo más precioso del libro -rasgo sobre el cual la crítica uruguaya mantuvo posturas muy opuestas- sea lo poético, no sólo perceptible en frases aisladas sino en páginas enteras. González Bertolino escribe en una prosa notable, echándole mano al castellano más jugoso y más preciso para construir la trama. Omite o ignora, durante largos pasajes, la tensión del thriller, que parece imprescindible hoy para atrapar la atención de lectores cada vez más escasos y cada vez más dispersos. Pero, más que una falencia, es un voto de confianza por algo más verdadero: no una tregua con la velocidad, sino con la paciencia.


Elvio Gandolfo, para quien la aparición del Springer fue una gran noticia, ahora corrobora en la contratapa del libro la capacidad del autor: “Los libros de Damián González Bertolino son asteroides imprevisibles en relación a cielo conocido de la ficción uruguaya. Herodes es un asteroide de mucho peso y mucha intriga (literaria, no policial) en relación a sus libros anteriores. Tiene la capacidad del reiniciado: por un tiempo largo estará ahí, recién caído, humeante y fresco, con elementos que no figuran en la tabla. (…)” Humeante y fresco seguirá todavía para lectores locales, que ahora podrán leerlo en la edición de Entropía.


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